By Tom Greene, SJ
Es interesante observar las distintas reacciones que recibo dependiendo de si le digo a la gente que practico derechos humanos o si les digo que practico derechos de inmigración. La gente generalmente asocia positivamente el concepto de los derechos humanos, porque, en mi estimación, lo relacionan con la defensa de una persona frente al tratamiento degradante, la defensa de los pobres y los indefensos, y la protección de los derechos a la vida de otra persona. Sin embargo, la palabra o el tema de la inmigración no parece obtener la misma reacción. Indica algo diferente. Es como si los derechos humanos y la inmigración se hubieran dividido en dos temas distintos, y por lo tanto desconectados. Los documentos y papeles han reemplazado la dignidad humana, o quizás la dignidad humana depende de si uno tiene los adecuados documentos. A partir del 1995, he trabajado con los emigrantes – gente desplazada – en África del Sur, Latinoamérica, la República Dominicana, Haití, y los Estados Unidos.
A través de estas experiencias he llegado a creer que nuestro mundo trata a los inmigrantes indocumentados como si fueran personas desechables. Les tildamos de ilegales – criminales que han atravesado a nuestro soberano territorio a quitarnos lo que justamente es “nuestro”. Decimos que roban nuestros trabajos, reducen los servicios públicos, e invaden nuestras escuelas y hospitales. Ellos no tienen derechos humanos. De hecho, ellos verdaderamente no son seres humanos. Digámoslo todos juntos: “¡Los inmigrantes no son seres humanos y por eso no merecen el tratamiento digno de un ser humano!” ¿Suena absurdo, o no? Me pareció absurdo a mí cuando lo escribí – pero creo que es verdad cuando tomamos en cuenta cómo nuestro mundo trata a la gente sin los documentos adecuados. Considere lo siguiente:
En mayo de 2007, 27 inmigrantes africanos naufragaron cuando su barco destartalado se volcó en el medio del Mediterráneo. Da la casualidad que una nave maltesa había estado en el área remolcando una red de atún mantenida a flote por boyas, de las cuales los inmigrantes se pudieron aferrar. Sin embargo, el capitán del barco maltés no permitió que los hombres subieran a su barco. Dijo, “No podía tomar el riesgo de perder el pescado”. En cambio contactó al gobierno maltés, pero ellos también se rehusaron, razonando que los inmigrantes eran la responsabilidad de las Naciones Unidas. Los inmigrantes, esperando una respuesta, pasaron la primera noche en el agua. Un superviviente declaró: “Esa primera noche, la mayoría de nosotros empezó a llorar porque nadie había vivido nada semejante. Yo pensé que él nos iba a llevar a su barco. Pero… no hubo respuesta de él, y entonces empezamos a gritar ‘socorro, socorro’ porque hacía tanto frío.” Libia fue contactada y revisaron sus cartas de navegación y respondieron que los inmigrantes no estaban en aguas libanesas, por lo tanto realmente era un asunto maltés. La Organización de Naciones Unidas fue inefectiva en llegar a una solución entre Malta y Libia. Después de tres días de estar en el agua, la marina italiana llevó a los inmigrantes a un refugio.
¿Se imaginan? Nadie se molestó en rescatar a la gente mientras consultaban sus leyes, reglas, y convenios.
Durante la misma época en mayo, una niña británica de tres años, Madeleine McCann, se reportó como perdida de un complejo turístico portugués. El resultado fue una búsqueda e investigación internacional y se han invertido y recaudado millones en el esfuerzo para localizarla. Se instaló una página de Web, y hay una tienda en línea donde se pueden comprar artículos para apoyar la causa. Ahora imagínense que el barco maltés se tropieza con la pequeña Madeleine en el Mar Mediterráneo. ¿Creen que se hubiera quedado en esa red de atún por tres días?
Hemos llegado a un entendimiento de los inmigrantes indocumentados como si fueran desechables, gente que ha perdido el derecho a su humanidad al cruzar una frontera sin documentos. Ni uno de los cultos abogados o diplomáticos de los gobiernos de Malta y de Libia se tomaron el tiempo para decir, “Estos son seres humanos, como yo. Tienen sentimientos, necesidades y deseos.” En cambio, la gente aferrada a la red eran números, objetos, o deberes y derechos. Fue un fracaso colosal al reconocimiento de su humanidad. Así es que yo expongo que las convicciones religiosas sobre la dignidad humana son más necesarias ahora que nunca, cuando consideramos la migración. Demasiados políticos y ciudadanos de los EE.UU. no logran reconocer que los seres humanos emigran y que los inmigrantes poseen dignidad humana.
Pero antes de condenar a los malteses y los líbanos, recordemos al evangelio que nos advierte que contemplemos el tronco en nuestro propio ojo, y no la astilla en el de nuestro vecino. Porque no es una exageración decir que tenemos doce millones de personas indocumentadas aferrándose a una balsa en los Estados Unidos. Gente que vive en las sombras, sin saber si hoy o mañana serán desechados por “La Migra” – las autoridades de inmigración. Decimos que ellos no flotan en nuestras aguas de preocupación porque entraron a este país sin documentos. El Procurador General del Estado de Tejas una vez sostuvo ante la Corte Suprema que los niños indocumentados no son personas dentro de la jurisdicción del Estado de Tejas.[i] La Corte Suprema no estuvo de acuerdo y notó que la política de inmigración de los Estados Unidos ha creado una considerable “población de sombras” dentro de las fronteras del país. Sin embargo, la opinión del procurador general de Tejas parece ser la opinión vigente ahora. Los inmigrantes indocumentados no son considerados “personas”. No les reconocemos su dignidad humana simplemente porque no tienen documentos. La dignidad humana, lo que nosotros los católicos afirmamos nos hace a todos a la imagen y semejanza de Dios, ha sido reemplazada por documentos humanos – un trozo de papel que me dice cómo debo tratar a mi vecino. El trabajo intenso, los valores familiares, la fe profunda no significan nada, y en su lugar los llamamos extranjeros y criminales por estar presentes entre nosotros. Ellos buscan refugio de la guerra y la violencia, limpian nuestros inodoros, recogen nuestras cosechas, construyen nuestras carreteras, y hasta reconstruyen nuestra ciudad – sin embargo los tratamos con desdén y los arrojamos al otro lado de la frontera como si fueran desechables. ¡A esto le llamamos la deportación!
¿Cómo trata nuestro sistema de justicia a los inmigrantes indocumentados? Desde el 2004 hasta el 2006 yo representé a casi trescientos niños en el tribunal de inmigración de los EE.UU. en Houston, Tejas. Solo tres o cuatro de ellos actualmente continúan en los Estados Unidos. Permítanme contarles cómo nuestras cortes se desecharon de dos de ellos.
Primero hay un chico liberiano de doce años que se llama Miguel. En Diciembre del 2003, se escondió en un barco que llegó a Galveston, Tejas. Dos semanas antes él estuvo jugando fútbol en Monrovia, la capital de Liberia, cuando un camión militar irrumpió en el terreno donde él estaba jugando y empezó a llevarse a los niños. El me describió la escena de soldados agarrando pistolas en una mano y agarrando a los chicos con la otra. Sonaba como un juego de “pilla, pilla”, excepto que en este caso ser “pillado” significa unirte a miles de tus compañeros como soldado niño luchando en contra de las fuerzas rebeldes en las afueras de la ciudad.
Miguel estaba de portero al extremo del campo y no fue agarrado. Corrió a su casa en los barrios bajos de Bushrod Island y, algo reacio, le contó los sucesos del día a su madre. Estaba muy angustiado entre decirle o no. Por un lado él quería comprensión, que alguien lo escuche, que su madre lo protegiera y le dijera cuanto le amaba. Pero, por otro lado, temía que ella diría que se fuera de la casa, que se salvara a sí mismo huyendo de la violencia y la miseria. Miguel había perdido a su padre, quien fue matado a tiros en una fila de pan cuando algunas “fuerzas de la paz” abrieron fuego sobre el público al competir por un lugar en la fila. Su madre envuelve una raíz de mandioca en un trapo, le entrega a Miguel una botella de agua, y lo lleva al puerto donde están atracados los barcos grandes. Al caminar ella le dice que ha oído que en los Estados Unidos tienen leyes que protegen a niños obligados a ser soldados, y que es un gran país que lo protegerá. Se esconde con Miguel hasta que pasan las autoridades del área, y le dice que se trepe al barco mientras ella está de guardia. Miguel está en un barco rumbo a Galveston, Tejas, y el capitán lo descubre en la cámara de máquinas a cuatro días de viaje.
Un abogado de la compañía de transporte se encuentra con el barco en el puerto de Galveston e intenta que Miguel firme un papelito indicando que él es de Ghana y está dispuesto a ser devuelto ahí, aunque el barco es de Liberia, y la embajada liberiana identifica a Miguel como ciudadano liberiano. Afortunadamente, Miguel no puede leer ni escribir y no firma. El abogado quiere evitar el costo de vivienda de Miguel si él demanda asilo. Si él es de Ghana, una nación tranquila y relativamente próspera, no tendrá oportunidad de demandar asilo.
Al mismo tiempo, un joven visita la secundaria jesuita donde vivo yo. El es de Gran Bretaña y el segundo mejor jugador de baloncesto en el país. Le gusta lo que ve en la escuela y un abogado le obtiene una visa dentro de una semana de su visita. ¿Qué es lo que nos dice esto acerca de los valores de nuestro sistema de inmigración? ¿Quién es desechable y quién es valorizado?
A propósito, el caso de Miguel fue rechazado por un juez que rehusó conseguir un traductor y no pudo entender su testimonio. Decidió que Liberia no es un país tan peligroso. El transcriptor del documento del juicio no pudo entender su testimonio, y por lo tanto no hay ningún documento que la corte de Apelación pueda revisar. Miguel volará de vuelta a Liberia, y ¿quién lo recibirá? El mismo ejército que intentó reclutarlo a fuerzas.
Al otro lado del planeta, Rogelio, un chico hondureño de trece años encuentra el cuerpo de su hermana de diez años tirado frente al hogar de su familia. Ha sido violada y golpeada por un hombre que vive cerca. La familia la lleva urgentemente al hospital y luego van a la comisaría a presentar una denuncia. El hombre luego queda detenido, se le formulan cargos, y es condenado, pero el dolor y el sufrimiento de la familia aún no ha terminado. El violador es miembro de una pandilla local, que se venga de la familia matando (con tres tiros a la cabeza y a quemarropa) al hermano de Rogelio en un autobús. Más tarde esa noche, la madre le da a Rogelio cien colones y le dice que se vaya de Honduras a buscar a su padre en los EE.UU. El padre de Rogelio tiene papeles legales, pero sus papeles no permiten que su familia emigre legalmente. El caso de Rogelio es rechazado por un juez que le dice que su mamá y sus nueve hermanos y hermanas sobrevivientes pueden mudarse al campo y cultivar maíz para subsistir, de ese modo evitando represalia de la banda.
El tratamiento de estos niños me preocupó cuando me fui de Houston para terminar mis estudios de teología en California. Quizás estuve demasiado sensible a la manera en que me trataron los jueces, y aun más importante, a la manera en que trataron a los niños. Pero en diciembre de 2005 leí que el Tercer Tribunal Federal de Apelación reprendió a un juez de inmigración y mencionó “un inquietante patrón de mala conducta de parte de los jueces de inmigración,” y poco después el New York Times publicó un artículo sobre el problema nacional de jueces de inmigración abusivos.[ii] Una investigación reveló lo siguiente:[iii] un juez se durmió durante la demanda de asilo de una mujer colombiana; otro juez hizo chistes de Tarzán durante la audiencia de asilo para una mujer de Uganda que se llama Jane. Un juez de inmigración en Nueva York hizo los siguientes comentarios en plena corte: “los colombianos son traficantes de drogas,” “los mexicanos son traficantes de drogas,” “los salvadoreños prefieren el incesto,” “los polacos beben demasiado,” “las mujeres dominicanas tendrán hijos con cualquiera,” “los chinos son secuestradores,” y “los dominicanos y jamaiquinos son asesinos”.[iv]
La situación era lo suficientemente grave para que en enero del 2006, el Ministro de Justicia Alberto González hizo un llamado a una investigación nacional de jueces de inmigración. Emitió un memorándum a todos los jueces de inmigración declarando que “ellos son la cara de la justicia americana” y que el “ha visto con preocupación los informes de los jueces de inmigración que no consiguen tratar a los extranjeros… con el adecuado respeto y consideración.” González instó a los jueces de inmigración “que tuvieran presente la importancia de sus casos y las vidas que afectan… insisto que cada uno sea tratado con cortesía y respeto. Si no se hace sería humillante para los cargos públicos que ocupan y el ministerio de justicia que ustedes sirven.”[v]
¿Qué deberíamos de exigir de un juez de inmigración, la persona que hace decisiones que afectan las vidas de miles de personas cada año? ¿Es poco razonable requerir que un juez de inmigración tenga experiencia en derecho de inmigración? Aunque parezca absurdo, uno de los resultados de la investigación del ministro de justicia González fue el requisito que los jueces de inmigración tengan algo de experiencia en derecho de inmigración, y que los otros jueces tengan alguna competencia básica en derechos de inmigración.
¿Esto nos dice algo acerca de cómo valoramos los derechos de inmigrantes? ¡La vida de la gente está en riesgo, y no requerimos ninguna previa experiencia! ¿Acaso designaríamos a un podiatra a que trabajara en la cirugía cardiovascular?
El presidente de la asociación nacional de jueces de inmigración recientemente lamentó, “La ironía es que… [González] ha colocado como jueces a un gran número de personas sin ninguna historia de inmigración, y que no estarán sujetos a los nuevos requerimientos.”[vi] Agravando el problema está el hecho de que la funcionaria encargada de entrevistar a los posibles candidatos para los puestos de juez de inmigración confesó recientemente que ella usó credenciales políticos y su lealtad al Partido Republicano de los EE.UU. como criterios que la calificaban para su puesto.[vii]
En una reciente sesión de Congreso sobre litigio de inmigración, un juez federal de la corte de apelación testificó que “cada juez de inmigración debe desecharse de 1.400 casos al año.”[viii] ¿Desecharse? Pienso que es así como se deben de ver muchos de los jueces – desechándose de 1.400 personas cada año. Nuestro sistema necesita arreglos.
Desde el 2001 he estado visitando a inmigrantes detenidos en centros de deportación – tanto en mi capacidad de capellán como de abogado. Lo siguiente es una lista de características basada en los detenidos que he conocido a través de los años. Estos no son incidentes aislados, sino historias que he oído frecuentemente.
Los niños y niñas de la gente desechable pueden ir solitos a su casa desde la guardería infantil: Las madres y los padres solteros son gente desechable a quienes se los llevan en redadas a pasar la noche en centros de detención a miles de millas de donde los encontraron. Ellos no tienen el derecho de regresar a sus casas para decirles adiós a sus seres amados ni para hacer arreglos para el cuidado de sus hijos. Sin falta, cuando visito un centro de detención hay una madre o un padre pidiéndome si puedo simplemente llamar al hogar y decirle a su familia dónde están.
La gente desechable no necesita su medicina: Se los llevan en una redada en sus lugares de empleo o los levantan de la calle y no se les permite regresar a casa. Pueden ser de Boston, New York, o Nashville. Terminan en Waterproof, Louisiana o Pine Prairie, o Pearsall, o Port Isabel, donde el doctor no tiene acceso a sus informes médicos y receta la medicina incorrecta. Hace una semana, me reuní con un inmigrante detenido que me rogó que intentara aligerar su proceso de deportación. Me dijo que tiene ataques de apoplejía y los nuevos doctores no están regulando su medicina. Le habían asignado a una litera, pero se movió al piso porque tenía miedo de tener un ataque. Durante la noche los guardias lo vieron y lo despertaron a patadas. Le ordenaron que subiera a su litera. Más tarde esa noche, el sufrió un ataque, tuvo convulsiones, y se cayó de la cama. Los guardias le echaron agua y lo patearon para que despertara.
No se necesita estándares legales para la detención de la gente desechable:
Los centros de detención están surgiendo en todas partes y son dirigidos por empresas privadas. No hay estándares obligatorios. Hace años el gobierno fue demandado y se llegó a un acuerdo con una serie de estándares de manejo de los centros de detención. Sin embargo, ahora las facilidades de detención privadas dicen que estos estándares no son la ley, sino que simplemente son sugerencias o posibles metas futuras.
La gente desechable puede esperar:
El verano pasado hubo una gran agitación cuando el procesamiento de los pasaportes empezó a demorar doce semanas. Después de todo, somos ciudadanos de los Estados Unidos y no deberíamos de tener que esperar por nuestros documentos. Un mexicano soltero con un padre o una madre ciudadano/a de los Estados Unidos tiene que esperar quince años para recibir sus documentos para venir a los Estados Unidos y vivir con sus padres. Un filipino que tiene un hermano o una hermana en los EE.UU. que es ciudadano/a tiene que esperar veintidós años. La esposa de un mexicano tiene que esperar cinco años para poder conseguir los documentos para vivir con su esposo. Igual que usted y yo, esta gente son ciudadanos y tienen documentos, pero tienen que esperar años para estar con sus familias. ¿Cuántos de nosotros hemos tenido que esperar quince años para ver a un ser amado? También es difícil pasar por alto que las esperas más largas son para minorías étnicas, y esto me trae a mi próxima observación sobre la gente desechable.
La gente desechable normalmente son minorías étnicas:
Los nativos de América:
Nuestro primer grupo desechable fueron los indígenas de Norte América. En el 1860, la Corte Suprema sostuvo que un indio nacido en los Estados Unidos y viviendo aparte de su tribu no era ciudadano y la Corte declaró que “Los indios no están sujetos a la jurisdicción de los Estados Unidos y son iguales a los niños extranjeros nacidos en el extranjero.”[ix] ¿Pueden oír ecos del abogado de los Estados Unidos en Tejas? Los nativos de América fueron nuestra primera gente desechable y el censo de 1890 informa que un cálculo estimado de la población original de diez a dieciocho millones de indios se había reducido a un cuarto de millón.
Los afro-americanos:
Los afro-americanos fueron nuestros próximos desechables. Hasta Abraham Lincoln apoyó planes de deportación en sus primeros discursos públicos. En 1862 invitó a un grupo de afro-americanos a la Casa Blanca e hizo el siguiente argumento de venta para la deportación de los afro-americanos a Centro América:
Está más cercano que Liberia… El campo es excelente para cualquier gente, y con grandes recursos naturales y ventajas, y en especial a causa de la semejanza del clima con su patria – de esta forma muy adecuada para su condición física…”[x]
(¡Por cierto, no hay indicación de que los gobiernos de Centro América hayan sido oficialmente notificados del plan!) Finalmente, Lincoln desistió del plan y el 2 de Julio de 1864 el congreso revocó la apropiación para la colonización.
Los chinos:
Los chinos fueron el próximo grupo de gente desechable. En 1854, un Juez de la Corte Suprema escribió: “Los chinos son una raza a quien la naturaleza ha marcado inferior y son incapaces de progreso o desarrollo.[xi] Al testificar ante una sesión del Congreso, Juez Hastings comentó: “Mi opinión es, y hablo desde la más alta autoridad, que los chinos son casi como otra especie… se desvían de la raza aria o europea… creo que se desvían tanto que la prole del hombre chino, mezclada con la raza americana sería infértil, o serían imperfectamente fértiles, como mulos.”[xii] El Congreso estuvo de acuerdo con estas opiniones y en 1882 aprobó la Ley de Exclusión China, que prohibió la entrada de obreros chinos por veinte años.
Similar a los obreros centro americanos, los chinos eran prodigiosos y, como lo pone un historiador, “Ningún otro constructor de ferrocarril ha logrado las hazañas de mano de obra tan espectaculares como las de los chinos.”[xiii]
Los mexicanos:
El sentimiento de los EE.UU. hacia los mexicanos se puede resumir en el informe de la Comisión Dillingham, un comité de inmigración del 1911 que concluyó que “el mexicano es menos deseable como ciudadano que como obrero.”[xiv] Reconociendo la necesidad de mano de obra agrícola, en el 1917 el gobierno de los Estados Unidos se involucró sistemáticamente en la contratación de los obreros mexicanos cuando el Departamento de Trabajo suspendió el impuesto sobre los obreros, relajó las reglas de exclusión de contrato de obreros, y prescindió del requisito de alfabetización. El Dr. George Clements de la Cámara de Comercio de Los Angeles escribió en el 1929 que el trabajo agrícola era de un tipo “al cual los chinos y los mexicanos, con su costumbre de agachar e inclinarse, se adaptan totalmente.”[xv]
Y después, en los años treinta, decidimos que ellos eran desechables. Aunque habíamos sistemáticamente reclutado a los mexicanos, en el 1931, la ciudad de Los Angeles comenzó a deportarlos sistemáticamente y en grandes cantidades. En el 1932, once mil fueron sacados, y para el final del 1933, eran doscientos mil. Entre el 1930 y el 1940, la población mexicana de los EE.UU. disminuyó por un cuarenta por ciento. Emilio Castaneda recuerda, cuando tenía nueve años, regresar de la escuela un día y “lo único que me dijo mi papá fue que empacara un baúl con las pocas cosas que teníamos y ahí llegamos al amanecer… estaba muy oscuro en esa estación de tren.”[xvi] La especie de pensamiento dominante se capta mejor por el historiador Casey Williams, “al mexicano lo podemos atraer cuando nos haga falta.”[xvii] Y, efectivamente, el mexicano fue necesitado poco tiempo después en el 1942 cuando los Estados Unidos inició el Programa Bracero. Un bracero es un jornalero o trabajador agrícola. El Programa Bracero se usó desde el 1942 hasta el 1964 y facilitó la entrada legal de 4,5 millones de obreros mexicanos. Sin embargo, los granjeros tejanos no solicitaron braceros en el 1942, sino que siguieron contratando a los inmigrantes indocumentados porque era más económico y había menos reglamentos. Es un sistema que continúa hasta hoy en día. Contratamos trabajadores de Centro América. En síntesis, queda notado que tenemos una tendencia a deportar y desechar a las personas de minorías étnicas.
¿Hacia dónde vamos ahora? ¿Cómo podemos mejorar nuestro tratamiento de la gente desechable? La ironía es que la gente desechable es indispensable para nuestra economía. La opinión general parece ser que estamos cansados que la gente venga a tomar una parte del pastel americano. Sin embargo, ¡parecemos olvidar quien nos está cociendo ese pastel! Nos gusta comer el pastel y repartirlo, pero nos olvidamos de los que hacen el trabajo duro de preparar los ingredientes y cocerlo. Alegamos que nos están robando el empleo, aunque el desempleo está a 4,6 por ciento. El tema candente del día es la caída del mercado de hipotecas de riesgo elevado y muchos americanos no están cumpliendo con los pagos de hipotecas. Sin embargo, la junta nacional de agentes inmobiliarios nos dice que los inmigrantes están manteniendo a flote el mercado de vivienda. Reclamamos que son criminales, pero el consejo nacional de policía dice que las comunidades inmigrantes estabilizan los barrios agobiados por el crimen. Los dos últimos presidentes del Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos han declarado que la inmigración es una cosa positiva para la economía, y que necesitamos a los inmigrantes para llenar los empleos y mantener nuestro sistema de seguridad social. Sostenemos que usan demasiados servicios públicos, pero hay prueba de que gozan de mejor salud que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses. Nosotros pensamos que sólo necesitamos inmigrantes altamente cualificados – doctores, científicos, etc., pero un informe del congreso del 2005 pronosticó que en el año 2050, la mitad de los trabajos en oferta – servicios personales, de limpieza, construcción, seguridad, y de venta al por menor – requeriría sólo un título de secundaria o aún menos.
Pero el peligro de todos estos números y estadísticas es que reducen la inmigración a pura economía. Y para la gente cristiana, la persona humana nunca es reducible a un ente económico; la persona humana es un ser social, envuelto en las relaciones con gente, con familia, hijos, esposas, esposos, y parientes.
En Erga Migrantes Caritas Christi (El amor de Cristo hacia los emigrantes), el papa Juan Pablo escribió, “en los inmigrantes, la Iglesia siempre ha contemplado la imagen de Cristo, quien nos dijo, “fui un extranjero, y ustedes me hicieron sentir bienvenido.” (Mateo 25:35). Así, el emigrante es de alguna manera la imagen de Cristo, el mismo Cristo que preguntó, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Entonces por analogía el emigrante nos pregunta lo mismo: “¿Quién dices que soy yo?” Y para mí, esta es la manera en que podemos alejarnos de la visión de los inmigrantes como gente desechable. Cada inmigrante nos pregunta, “¿Quién dices que soy yo?” La forma en que respondamos a esa pregunta va a determinar el futuro de nuestro país y la autenticidad de nuestra fe. Necesitamos evaluar el tratamiento de los emigrantes indocumentados centroamericanos que están en nuestra ciudad. No mantengan su distancia del tema – escuchando a Lou Dobbs o leyendo el periódico. Igual que el bíblico Tomás, métanse de lleno en el debate sobre la inmigración. Hablen con los inmigrantes que viven en su comunidad – escuchen sus historias.
Para concluir, permítanme ofrecer un último pensamiento: Es el día del juicio, y usted está en la sala de espera con el capitán del barco maltés, los veintisiete inmigrantes africanos, y los cinco inmigrantes detenidos de Centroamérica. Jesús entra a la sala y le dice al capitán del barco pesquero, “¿Porqué no ayudaste a esta gente?” El capitán baja la vista. Después Jesús lo mira a usted, y le pregunta, “¿Porqué no les permitiste que estas personas llamaran a su familia, recogieran a sus niños, o agarraran sus medicinas?” Guardas silencio por un momento antes de responder, “¡Porque no tenían documentos!” ¿Queda usted en paz con esta respuesta?
[i] Plyler v. Doe, 457 U.S. 202 (1982).
[ii] Adam Liptak, “Courts Criticize Judges’ Handling of Asylum Cases,” New York Times, Diciembre 26 2005.
[iii] Mitchell Levinsky v. Department of Justice
[iv] Stacy Caplow, “Immigration Judges: Bullies on the Bench,” The National Law Journal, Marzo 5 2007, disponible en http://www.brooklaw.edu/news/homepage_news/caplow_nljoped_07-03-05.pdf.
[v] ibídem
[vi] Denise Slavin as quoted in L.A. Times article 26 March 2007 at http://www.latimes.com/news/politics/la-na-usattys26may26,0,7211442.sto….
[vii] Monica Goodlin as quoted in L.A. Times article cited above.
[viii] Immigration Litigation Reduction: Hearing before the Senate Litigation Judiciary, 109th Cong., 2nd Sess., (April 3, 2006)(Statement of Hon. John M. Walker, Jr. Chief Judge, United States Court of Appeals for the Second Circuit) available at http://www.humanrightsfirst.org/pdf/recs-doj.pdf.
[ix] Daniel Kanstroom, Deportation Nation (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2007), 68.
[x] Kanstroom, 88.
[xi] Id at 99
[xii] Ibid
[xiii] Kanstroom, 100.
[xiv] Id at 214.
[xv] Id at 156.
[xvi] Kanstroom, 218.
[xvii] Id at 219.